jueves, 12 de junio de 2014

Por FELIPE FRYDMAN

El golpe de estado en Tailandia liderado por el general Prayuth Chan-ocha era un final anunciado. El triunfo del Partido Pheu Thai en las elecciones de junio de 2011 donde obtuvo mayoría absoluta y la designación de Yinluck Shinawatra como primer ministro fueron las señales para el inicio de los preparativos para la intervención militar. El momento o las condiciones eran superfluos; estaba claro que la elite tradicional del país no iba a consentir la consolidación del poder del ex primer ministro Thaksin Shinawatra, representado en el gobierno por su hermana. El otro factor fue la aceptación de la promoción de Prayuth Chan-ocha como comandante en jefe para congraciarse con el poder real, responsable de la sangrienta represión de los “camisas rojas” en mayo de 2010 cuando exigían la convocatoria a elecciones libres. Las manifestaciones de desobediencia civil organizadas por Suthep Thaugsuban, dirigente del Partido Demócrata y miembro del Parlamento, convocadas con la excusa de combatir la corrupción y exigiendo al mismo tiempo la renuncia del gobierno democrático y su reemplazo por un “consejo de notables” desde noviembre del año pasado fueron simplemente la excusa para provocar el golpe. En todo momento, esas demostraciones contaron con la protección y el aval del Ejército mientras ignoraban las órdenes del Gobierno de detener al cabecilla de las protestas como en su momento lo había hecho con los líderes de los camisas rojas. El nuevo dictador de Tailandia, general Prayuth, en sus primeras apariciones explicó al cuerpo diplomático su resistencia a asumir el poder y, utilizando una fórmula de manual, expresó que no había tenido otra alternativa y que su objetivo era restaurar el orden y la paz para convocar a elecciones cuando las “condiciones” lo permitieran. Siempre hay un patriota a la vuelta de la esquina. Pero los Estados Unidos tienen también una gran responsabilidad porque han demostrado una vez más la incongruencia de su discurso democrático con el accionar de sus diplomáticos. Tailandia constituyó siempre un aliado incondicional de los Estados Unidos en el sudeste asiático; las fuerzas armadas tailandesas participaron directamente en la guerra de Vietnam y las bases militares ubicadas en el país fueron usadas para las operaciones de los aviones B52 y la vigilancia de la frontera con China. Los Estados Unidos son también los principales proveedores de armas y ambos países realizan ejercicios de entrenamiento conjuntos. Dentro de la geopolítica regional, la localización de Tailandia resulta clave para la contención de la influencia china en un momento delicado en la región por los conflictos de soberanía en el Mar de China Meridional. El armado de la política exterior de los Estados Unidos no es unívoca; son varias las agencias que comparten la responsabilidad del Departamento de Estado de Estado para el diseño de la estrategia, y principalmente el Departamento de Defensa quien tiene acceso directo al Presidente de la Nación. En el golpe de estado de 2006 que destituyera al primer ministro Thaksin, el entonces embajador norteamericano Ralph Boyce fue proclive a “comprender” las razones de las fuerzas armadas para interrumpir el proceso democrático y también se opuso a la aplicación de sanciones previstas por la legislación. La prioridad del embajador Boyce no era la preservación de la democracia sino la venta de armas a las fuerzas armadas. Al finalizar su función en Tailandia en 2008, el embajador Boyce fue designado presidente de Boeing Southeast Asia para encargarse de la venta de aviones y armamento a los países de la zona incluyendo a la empresa estatal Thai Airways. En su reemplazo, los Estados Unidos nombraron a Eric John quien a su regreso a Washington actuó como asesor de Negociaciones para temas de Seguridad, y recientemente fue escogido como presidente de Boeing Korea. En este círculo de democracia y golpes militares se puede suponer que la actual representante de los Estados Unidos, Kristie Kenney, deseará emular a sus antecesores cuando cese en su cargo y aspirará a la presidencia de esa o alguna otra de las empresas proveedoras de armamentos para lo cual se habrá congraciado, atendiendo sus preocupaciones, con los militares para no perder mercado y la oportunidad de convertirse en un futuro próximo en una exitosa CEO. El golpe de estado en Tailandia tuvo su origen en las contradicciones internas de una población en ascenso político que se expresa mayoritariamente en las urnas y una minoría amparada para mantener sus privilegios en el poder de represión de las fuerzas armadas. Pero también es cierto que han contado con la aquiescencia de los Estados Unidos y su renuencia a formular una clara política en favor de la democratización en una región donde todavía perduran los resquemores de la guerra fría y el ascenso de una nueva potencia. Esta difícil coyuntura no sufrirá modificaciones en el corto plazo, y menos aun cuando el Departamento de Estado siga apareciendo como una empresa de favores y de colocaciones para las firmas armamentistas. 

Fuente: LA VANGUARDIA

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