lunes, 15 de febrero de 2016


Por Claudio Fantini 

La grieta es un fenómeno global. Lo prueba el emerger de partidos anti-sistema en Europa y la fuerza con que marcaron el comienzo de las primarias en Estados Unidos los aspirantes presidenciales no queridos por el establishment. Una suerte de rebelión en las bases republicanas y demócratas dio insólita competitividad a un postulante anti-sistema en el partido del clan Kennedy, y a los precandidatos de posiciones impresentables y radicalizadas en el partido de Ronald Reagan y la dinastía Bush. El modelo de “socialismo” que reivindica Berni Sanders no está en Cuba, sino en las socialdemocracias nórdicas. Pero no es común que alguien inicie la competencia por la candidatura demócrata, definiéndose como “socialista”. El viejo senador por Vermont está en guerra nada menos que contra Wall Street. La centralidad de su proyecto pasa por recortar y controlar fuertemente al poder financiero. Propone sacar de esos bolsillos infinitos, el dinero que financie la gratuidad de los estudios universitarios de post-grado. Su discurso es tan duro y directo, que resulta difícil imaginar que el poder financiero y las corporaciones empresariales más poderosas tolerarían, sin conspirar, un gobierno de Berni Sanders. La rebelión de las bases republicanas se expresa en otro sentido, pero tiene matriz en el mismo fenómeno global. En los primeros pasos de las elecciones internas, los moderados fueron desplazados por los extremistas. Apoyar a figuras como Donald Trump y Ted Cruz implica insubordinarse al dictat del establishment, que si bien quiere a quienes les obedezcan y defiendan sus intereses, siempre promueve los más moderados. En el Partido Republicano, los moderados son Jeb Bush y Ben Carson, por ejemplo. Pero la radicalización de las bases es de tal extremo, que el establishment terminó conformándose con Marco Rubio, un ultra conservador tan fundamentalista católico como Ted Cruz. En rigor, la diferencia entre Donald Trump con Cruz y Rubio, es que ambos descendientes de cubanos no son tan “impresentables” como el magnate inmobiliario que lleva adelante una campaña delirante y plagada de insultos y agravios de todo tipo. Más allá de que, cuando voten los estados más grandes, el panorama puede cambiar, el inicio del proceso de selección de candidatos tiene el sello de la radicalización. Hillary Clinton en el Partido Demócrata y todos los aspirantes republicanos, menos Cruz y Trump, son los favoritos que al establishment le está costando imponer. La carta que le queda en la manga es Michael Bloomberg. Si en marzo o abril, Trump y Sanders ya se perfilan como seguros ganadores de las respectivas candidaturas, el establishment apostará al ex alcalde de Nueva York. Por haber abandonado el partido republicano y por proclamarse independiente, articulando un discurso distinto al de la dirigencia partidaria, Bloomberg podrá arrastrar buena parte de los votos que quieren castigar a la política tradicional. Pero no será un outsider anti-sistema porque Bloomberg es, antes que nada, un multimillonario que amasó su fortuna en el terreno financiero. Hasta ahora, el establishment, zona de poder que abarca lobbies, la burocracia washingtoniana, Wall Street y un puñado de poderosísimas corporaciones, ha sido el filtro de las postulaciones y el gran seleccionador de quienes pueden llegar al despacho Oval. Una suerte de versión norteamericana de lo que, de manera abierta e institucional, hace el Consejo de Guardianes de la Revolución en Irán: el ente que purga las listas de candidatos a la presidencia, los escaños del Majlis (parlamento), las gobernaciones y las intendencias del estado persa. ¿Qué evidencia esta rebelión de las bases contra el dedo seleccionador del establishment? Revela que también hay grieta en la sociedad norteamericana, y se expresa a través de la radicalización que está inclinando a los dos grandes partidos. A la vez prueba que la grieta no es sólo latinoamericana. Se trata de un fenómeno que se da en buena parte del planeta, con el emerger a izquierda y derecha de outsiders, extremistas y candidatos anti-sistema. Es posible afirmar entonces que a la grieta no la causa el populismo. Lo que hace el populismo, de izquierda y derecha, es inocular odio en esa fractura político-social, generando divisiones marcadas por el aborrecimiento y la descalificación del otro. Por cierto, no todos los dirigentes anti-sistema son populistas. Berni Sanders es un socialdemócrata dispuesto a promover reformas como las de los tiempos del New Deal, y ha sido siempre un legislador serio y respetable que no alienta odios. En cambio Trump no es ni serio ni respetable, y su discurso flota en un desprecio viscoso por las minorías raciales, sexuales y étnicas, además de menospreciar otras naciones y países. En Latinoamérica predominaron los populismos de izquierda, mientras que en Estados Unidos, el populismo infectado de agresividad y odio político está en la derecha, tiene expresiones como el Tea Party y gravita sobre el Partido Republicano, corriéndolo hacia posiciones extremas. Si a la grieta no la causa el populismo sino que, por el contrario, son los populismos de izquierda y derecha las consecuencias de la grieta ¿dónde está el origen del fenómeno que se extiende por el mundo? En la concentración de riquezas, otro de los rasgos del momento a nivel global. El populismo en Argentina, o sea el kirchnerismo, no enfrentó ni al poder financiero ni a los monopolios (salvo a Clarín, y por razones políticas) que controlan grandes porciones de mercado en distintas áreas de la economía; mientras que, en Venezuela, el chavismo enfrentó tan mal a la concentración de riquezas, que terminó destrozando la economía. Pero ha sido la concentración de riquezas lo que produjo la grieta y lo que hicieron el kirchnerismo y el chavismo fue ahondarla e inundarla de odio para reinar sobre esa división grave y peligrosa de la sociedad. En Estados Unidos es la derecha la que ahondó la fractura y le inoculó odio y confrontación. La respuesta de las bases demócratas fue mirar por sobre la centrista Hillary. Y allí estaba el viejo Bernie Sanders, usando la palabra “socialismo”.

Publicado originalmente en LA VANGUARDIA

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