jueves, 27 de junio de 2013


En el salón del Club Vorwarts en Buenos Aires, los días 28 y 29 de Junio de 1896 se realiza el Congreso Constituyente del Partido Socialista, concurren al mismo, diez agrupaciones socialistas de Capital Federal, nueve del interior y quince agrupaciones gremiales, Juan B Justo redacta la Declaración de Principios y el Estatuto, siendo el Programa Mínimo redactado por Esteban Jiménez. En su discurso inaugural el 28 de Junio, Juan B Justo dice “...El Partido Socialista es ante todo el partido de los trabajadores, de los que no tienen mas que su fuerza de trabajo, las puertas del Partido estarán sin embargo abiertas de par en par para los individuos de otras clases que quisieran entrar”…..”Adoptemos sin titubear todo lo que es ciencia y seremos revolucionarios por la verdad que sostenemos y la fuerza que nos da la unión “. 


En el año 1896 y durante tres meses el Dr. Juan B Justo escribe para el diario "La Nación", con el pseudónimo Cittadino, aquí la crónica periodística sobre el Congreso Fundacional del Partido Socialista en la Argentina. 

EL CONGRESO OBRERO 

Cittadino, nota editorial diario La Nación, 1º de Julio de 1896.

En un modesto local de un barrio apartado han sesionado en estos días algunas decenas de trabajadores, representantes de las sociedades obreras. El acontecimiento ha podido parecer tan insignificante que algunos diarios ni siquiera han hablado de él. En efecto, entre todos los delegados no poseían quizás una modesta fortuna; ni era aquella una de esas asambleas a las cuales las presencia de hombres eminentes de carácter y tono: hasta se decían muchos disparates y hubo momentos de verdadera confusión. Pero para quien comprende que los acontecimientos importantes no son siempre los que se pasan con gran pompa, al son de trompetas y tambores y en medio de la expectativa general, el reciente congreso obrero tiene que ofrecer un gran interés. Lo mismo que las repetidas huelgas, la celebración de este congreso significa que, junto con la producción y el comercio en grande escala, ha nacido en el país el más fundamental de los antagonismos de clases, el de la clase trabajadora y la clase proletaria, cuya consecuencia es el movimiento socialista que hoy conmueve a los países adelantados. Significa, pues, un doble progreso; uno económico, el otro intelectual; uno en el modo de trabajar, otro en el modo de pensar. Al mismo tiempo que la República Argentina ha adquirido un puesto en el mercado universal, han aparecido en ellas las ideas que hoy más agitan al mundo. Y lejos de ser una aparición prematura, vamos en esto, como en tantas otras cosas, detrás de los demás pueblos. Hace años que Australia, país más nuevo que este, envía a sus parlamentos decenas de diputados obreros. En cuanto a los Estados Unidos, la lucha de clases tiene allí en colosales huelgas una manifestación más elocuente, aunque mucho menos eficaz. Al significar un progreso económico e intelectual, el congreso obrero significa un progreso político. Donde la masa del pueblo comprende su situación económica y trata de mejorarla, llevando al gobierno genuinos representantes suyos, la política deja de ser una lucha de personas, de preocupaciones o de fantasías metafísicas, y se acerca necesariamente a la ciencia y a la verdad. Y donde los principales medios de producción no pertenecen a la masa de la población, sino es una clase propietaria, es indispensable que la clase trabajadora se ponga en movimiento, sino quiere ser aplastada por el mismo progreso técnico de la industria y del comercio, que si no es acompañado de un adelanto equivalente en la inteligencia y la actividad política del pueblo, solo tiende a aumentar la riqueza y el poder de los capitales a expensa del bienestar y de la libertad de los trabajadores. Así es como la lucha de clases bien entendida, importa en los países adelantados de la época actual un inmenso progreso político. No dejan, por supuesto, de intervenir en esa lucha preocupaciones absurdas, y lo que llama Spencer “halftruts”, medias verdades que para la mayor parte pasan por verdades enteras; y eso es lo que le da en ciertos casos un carácter violento. No faltan gentes para quienes es intolerable la idea de que los trabajadores tienen también intereses comunes que defender, y deben querer influir en el gobierno, ni obreros para quienes la única causa de miseria es la explotación de que son víctimas, sin tener en cuenta para nada la productividad del trabajo. Hay conservadores que esperan detener la evolución de la sociedad con persecuciones barbarás, y falsos revolucionarios cuyo único método de acción es negar o destruir todo los existente. Pero unos y otros fracasan necesariamente en el terreno de los hechos. El mundo pertenece a los que más ven. Donde, como en Inglaterra, la clase capitalista gobernante comprende también como el pueblo las verdades del socialismo, ella conserva su preeminencia moral, y es capaz por ahora de conducir al país por el camino del progreso. Pero este es más rápido aun, y más seguro, donde como en Australia, la clase obrera misma aplica con criterio y sensatez la doctrina socialista a la doctrina del país. Tal es la significación general del movimiento obrero, prescindiendo de la hipótesis de la propiedad colectiva de los medios de producción, hipótesis tan rica en promesas de paz y bienestar social. ¿Cuál es ahora la significación que tiene este país? Juguémoslo por la constitución y la obra del reciente congreso. Allí se ha tratado de la reglamentación del trabajo, de los impuestos, de la moneda, de la inmigración, de leyes de interés general, de principios de asociación y de acción política. Esta ha sido calurosamente recomendada por sociedades gremiales como el medio de conseguir una situación mejor. Las aspiraciones inmediatas de la clase trabajadora han sido formuladas en un programa, que comprende todas las reformas necesarias para la buena marcha del país, aun aquellas, como las referentes al papel moneda, los derechos de aduana, etc., que deberían ser, pero no son, sostenidas por otros partidos. El mero hecho de esas discusiones de asuntos económicos y políticos por trabajadores, muchos de ellos extranjeros, ¿no significa un gran progreso frente a la incuria y a la preocupación patriótica que alejan de la acción política la mayor parte de nuestra población hábil, y a la ignorancia que hace tan ineficaz e ilusoria la acción política del resto? Y el carácter de las discusiones del congreso no ha sido menos significativo que su objeto. Había allí un espíritu de amplia y libre discusión, convicciones tan sinceras, en la mayor parte tal independencia de juicio, aun en el error, en otros, un desprecio tan grande por las preocupaciones de la mayoría, en todos una voluntad tan decidida de cumplir los fines del congreso, que daban a la asamblea una enérgica fisonomía de virilidad y de vida. Es el caso de preguntarse si no irá a ser la clase obrera la que de primer método y doctrina a la política del país.

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