jueves, 27 de junio de 2013


Queridas compañeras y compañeros: Les escribo en medio de este agitado período preelectoral, para

compartir algunas reflexiones que van suscitando los acontecimientos y que resulta importante resaltar. En un momento de cambios como el que vivimos, es necesario prestar atención a los que ya se han dado, a los que se están produciendo, y estar atentos a los que vienen. El período que concluyó el sábado pasado, con la presentación de las listas de precandidatos en cada distrito, estuvo marcado por grandes esfuerzos. Cada una y cada uno, desde su lugar de responsabilidad y de militancia, contribuyó a esta tarea inmensa a la que estamos dedicados: la construcción de una alternativa política verdaderamente progresista para nuestro país. 

Por eso quiero, en primer lugar y como presidente del Partido, decirles gracias por eso; por las horas dedicadas, por la voluntad de diálogo, por los kilómetros recorridos, por el entusiasmo en esto que hacemos y que le da sentido a nuestra vida. En segundo lugar, quiero reflexionar brevemente con Ustedes sobre las transformaciones políticas que estamos viviendo, y sobre el rol del Partido ante esas transformaciones. El último cierre de listas ha sido la confirmación más evidente del estado de desagregación que afecta a los partidos políticos argentinos. Es una crisis que empezó a manifestarse en octubre de 2001, que tuvo su episodio más dramático en diciembre de ese año y que (a pesar de haberse aparentemente distendido en los años siguientes) siguió avanzando de manera más sigilosa de allí en más. 

Pero lo que es claro es que la crisis de representación que empezó en 2001, lejos de ser salvada, se fue profundizando con el transcurso de los años, al amparo de un régimen populista para el que resulta perfectamente conveniente que no haya fuerzas ni opciones alternativas en la política argentina. El sistema de partidos fue paulatinamente reemplazado por múltiples grupos, reducidos, cuyos integrantes están unidos exclusivamente por intereses electorales. La novedad de este período que vivimos es sin duda la velocidad y la ausencia de responsabilidad política que acompañan los traspasos entre grupos, verdaderos giros en el aire que sólo se explican en función de intereses individuales. Cuando en 2005 un diputado electo por un partido, antes de asumir, se pasó a otro, el cimbronazo en la política argentina fue tan intenso que hasta se le puso nombre: “borocotización”. Hoy, ese proceso está tan extendido que difícilmente asombre a alguien. En medio de tanta preocupación individual, se pierde la esencia de la política, que es hacer para transformar la realidad. Desaparecen las propuestas, los proyectos colectivos, se deja de hablar de los grandes temas que preocupan a los argentinos (la inflación, la corrupción, la seguridad, el transporte, la energía, la salud, la educación, y tantos otros) y -en gran parte- todo se reduce a una danza de nombres que se representan sólo a sí mismos. Frente a este escenario, el socialismo debe marcar la diferencia. Porque los socialistas no somos hombres y mujeres “sueltos”; somos parte de una organización que es un colectivo, una comunidad de valores, un partido que tiene una historia y un proyecto político; un partido que tiene la profunda vocación de asumir responsabilidades de gobierno para que la gente viva mejor. “Somos porque fuimos”, decía el poeta socialista José Lencina; y podríamos agregar: “seremos porque somos.” Por eso es tan importante que sigamos fortaleciendo todas las instancias del Partido, hacia adentro y hacia afuera. Por eso es tan importante también que en esta lucha que se viene redoblemos los esfuerzos, el compromiso y la militancia, porque al hacerlo estaremos consolidando mucho más que una opción electoral (que es, sin duda, la expresión del verdadero progresismo en Argentina): estaremos generando un aporte fundamental al país, oponiendo a las fuerzas de la desagregación y del individualismo el sentido inclusivo y profundamente colectivo que nos hace socialistas.

De lo que se trata, compañeras y compañeros, es de comprender los cambios y actuar como socialistas en virtud de ellos. Es evidente que en este nuevo escenario de la política argentina nadie puede solo. ¿Qué hace el socialismo ante estos cambios? Una vez más, decide encarnar lo nuevo. Por eso, hoy el socialismo lidera lo nuevo con vocación frentista, por eso hemos debatido tanto y hemos empujado las coincidencias necesarias para sostener un Frente Progresista, lo único realmente nuevo en la política argentina. Desde el socialismo tenemos que seguir ampliando este gran instrumento de transformación, y prestar mucha atención a los cambios en la sociedad y en la política (a los cambios que se han dado, a los que se están produciendo, y a los que vendrán), porque no deben tomarnos por sorpresa. Prestar mucha atención quiere decir estudiar cada vez más y –paralelamente- vincularnos cada vez más con la práctica; hablar con la gente, concurrir a las instituciones, estar plenamente insertos en la realidad de nuestro tiempo y de nuestro lugar. 

Sobre estas bases, el socialismo viene construyendo en Rosario desde hace más de 20 años una forma de gobernar diferente, reconocida dentro y fuera de las fronteras nacionales como ejemplo de inclusión y solidaridad, de participación y transparencia. A la idea del “modelo único”, los socialistas le oponemos la realidad de otro modelo: el Modelo de Santa Fe. Hoy Santa Fe puede mostrarle al país una distribución del ingreso más igualitaria que el promedio nacional; puede mostrarle una salud pública de excelencia, una educación que iguala; un Estado que está al lado de los trabajadores y de los productores, y que hace de la seguridad y la justicia objetivos fundamentales de su gestión. Y por eso, porque los socialistas sabemos cómo hacerlo, estamos avanzamos hacia un nuevo desafío. 

Necesitamos construir un país normal. La realidad argentina muestra que ésta es una propuesta vigente, y extremadamente necesaria. Un país normal es un país donde la familia y los amigos pueden reunirse sin pelearse por pensar distinto. En un país normal se convive, y los hijos pueden jugar y estudiar, y vivir mejor que los padres. En un país normal la historia no se inventa a la medida de nadie. Un país normal es un país donde los corruptos van presos. En un país normal la Constitución Nacional y las instituciones de la República se respetan, y la democracia no se confunde con populismo. En un país normal, las 24 provincias (gobierne quien las gobierne) están incluidas en un proyecto nacional. 

Y, sobre todo, en un país normal hay trabajo decente, educación y salud pública de calidad, impulso a la producción, obra pública estratégica; es un proyecto que incluye a todas y todos, pero especialmente a quienes más lo necesitan. Un país normal se construye entre todos, porque sin participación no hay cambio. El cambio se hace con más participación, con más política, y con más socialismo. 

¡Fuerza compañeras y compañeros! ¡A seguir militando con entusiasmo y alegría!


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